Un regalo maravilloso llegó a mis 28 años. Me quedo embarazada en plena crisis de pareja. Finalmente decido criar a mi hija, casi en exclusividad. Para entonces ya estaba muy metida en mis teorías pedagógicas sociales y de educación, aunque perduraba ese sesgo patriarcal no-deseado e irremediablemente activado.
Empiezo mi andadura como terapeuta de adicciones y voy aplicando todos mis conocimientos en esta misma línea. Allí aprendo y corroboro, que los trastornos de comportamiento tienen una carga social sistémica, que la enfermedad tiene mucho más de contexto que de biológico y que la parte feminista es la última visión que se contempla ( y que yo reafirmo como un despertar social). Observo en las mujeres la falta al poner límites, la desconexión con sus propias necesidades y la dificultad a experimentar el gozo de las emociones que vienen en el presente.
Y la vida me golpea, como nunca antes, con la enfermedad de mi madre: cáncer de útero en estadio 4. Parálisis. Silencio. Rabia. Reacción.
Al mismo tiempo, consigo que después de más de 10 años un ginecólogo me hable de que tengo “quistes de chocolate” y una endometriosis encubierta.
¿Casualidades o causalidades? No puedo más que sumergirme en información acerca de la enfermedad en los cuerpos de las mujeres; búsquedas alternativas. Mi propio proceso terapéutico fue fundamental para gestionar tanto. Todo iba cobrando sentido para mí. Las casualidades, los límites, la rabia, el amor, el cuerpo hablando, las creencias.
Y Vivir la muerte desde diferentes facetas afianza este camino. La muerte me lleva a la vida. La enfermedad como proceso.
Este recorrido personal me ha ofrecido multitud de herramientas que hoy en día me gustaría compartir contigo. Descubrir el significado de sintomatologías como una fuente a explorar en tí misma y en tu entorno. Resignificar tu voz, tu sentir propio y poder tomar decisiones más alineadas contigo.
Aquí me encuentro con ganas de acompañarte si tienes experiencias parecidas, esperas una escucha más holística o resuenas conmigo.
Ey, soy M. Ángeles
Buenas, soy M Ángeles y mi inquietud por el autoconocimiento se remonta desde que era bien pequeña. Me tragué la moralidad contextual por cumplir otro mandato amoroso, el de ser “niña buena” y ahí me mantuve encorsetada.
La llegada de mi ciclo menstrual me trajo cuestionamiento, inseguridad y un desarrollo corporal voluptuoso cargado de un mensaje sutil de peligro: al poder ser deseada, al contacto, a que mi cuerpo llamara la atención. De ahí que mi relación con la ciclicidad y la sexualidad estuviera desconectada, y eso causaba dolor físico. No obstante, la respuesta de mi entorno cercano era el discurso social de: “eso es normal, la regla duele”.
Mi exploración de la sexualidad me permitió seguir descubriendo parcelas de mí misma. El filtro de “mis gafas de ver” aún estaba impregnado del mito del amor romántico, por lo que caí en esas fantasías. La incongruencia de mi escucha corporal con este discurso aceptado, me llevó a “mal-oír” el funcionamiento de mi propio templo. Llegué a enfermar y los diagnósticos eran aproximados e irrelevantes: regla dolorosa a aceptar, cálculos en riñones, migrañas, estreñimiento agudo. La rabia, la ira, la incomprensión seguían de fondo. Mi cuerpo me gritaba en forma de dolencia. Ni mi entorno, ni los médicos, ni yo misma sabíamos cómo calmarlo. La somatización emocional y el esperar respuestas externas de cómo funcionaba mi cuerpo no daban respuesta. Mi niña buena estaba madurando su discurso, no encontraba respuestas y, al menos, seguía cuestionándose.
Sólo mis mejores amigos saben de mí que:
a) Tengo vértigo y me puedo quedar paralizada en un bordillo pequeño que no tenga estabilidad.
b) Me divierto bailando como una loca y me encanta buscar rinconcitos donde hacerlo conmigo misma.
c) Disfruto viendo series juveniles con mi hija, para luego comentarlas y escuchar su opinión.
d) Malcrío a mis 2 gatos. Me pillo diariamente jugando con ellos y hablándoles.
f) La naturaleza es mi aliciente sin lugar a dudas.